El eurodiputado murciano del PSOE, Marcos Ros, coge La Lupa de Metrópolis Daily.

Los últimos nueve meses han sido muy complicados para viajar, con los viajes solo permitidos para aquellos que teníamos una justificación laboral para ello. Tras el espejismo del verano pasado, en septiembre llegó la segunda ola, tras la Navidad, la tercera, y ahora afrontamos la salida de la cuarta, que podría ser definitivamente la última, si la vacunación sigue al ritmo actual y no tenemos sustos con variedades del virus.

En estos largos meses, casi nos acostumbramos a miradas tristes y esquivas en aeropuertos y aviones, a viajeros solitarios y silenciosos, ensimismados en sus pensamientos, ocupados en no acercarse mucho a los demás y tomando un sándwich en cualquier rincón del aeropuerto con todos los bares cerrados. Y también nos acostumbramos a aviones medio vacíos con pasajeros casi recelosos de ocupar un sitio contiguo al tuyo, por lo que pudiera pasar.

Todo ello sin contar las trabas burocráticas, formularios y certificados que hemos necesitado para viajar, junto al ritual de la PCR semanal y la incertidumbre por un resultado que te podría dejar en tierra en cualquier momento, o la drástica reducción de vuelos y combinaciones que nos ha obligado a hacer encajes de bolillos con las agendas laborales.

Ayer domingo, después de muchos meses viajando por motivos laborales en la tremenda soledad de aeropuertos vacíos, silenciosos y tristes, me sorprendió encontrarme en los aeropuertos con un bullicio y una vida aparentemente casi normales, como los conocíamos antes de la pandemia. Ya no hay estado de alarma.

Empezamos a normalizar la situación, se relajan las restricciones de viajes, y damos la bienvenida a familias que viajan por cualquier motivo y a niños que durante meses no vimos en los aviones. Quizás veremos pronto en la puerta de llegadas abrazos emotivos, recepciones cariñosas y emociones largo tiempo contenidas, que todos guardamos casi escondidas en algún rincón.

Pero todo esto me lleva a una reflexión: la pandemia no ha terminado. Dosifiquemos nuestra alegría, nuestras ganas de salir, nuestros sentimientos y nuestra vitalidad. Sigamos siendo prudentes, porque solo de nosotros depende que dentro de unos meses no volvamos a los aeropuertos solitarios.