Quitar legitimidad a quienes ganan las elecciones o alcanzan el poder legítimamente, no erosiona a quien lo ostenta, erosiona la democracia

En la tarde del pasado 6 de enero, cuando ya nos disponíamos a pasar página de las Navidades, apuntarnos al gimnasio y preparar ensalada para toda la semana, a todos nos sorprendió el esperpento del asalto al Capitolio de los Estados Unidos.

Cuando parecía que nada podía superar un año de noticias como el 2020 que se fue, llegó la segunda temporada, y los guionistas se superaron con este primer episodio, aderezado en España con la nevada de Filomena algunos días después.

Rápidamente las redes y los medios se inundaron de fotos y vídeos, a cada cual más impactante. Podríamos pensar que se trataba del asalto a cualquier parlamento de república bananera, de no ser porque se trataba del Capitolio estadounidense que todos conocemos bien.

Acto seguido las reacciones de estupor e indignación, y la cascada de condenas desde todos los estamentos políticos y sociales, algunas de ellas con el consabido intento español de mezclar churras con merinas y arrimar cada uno el ascua a su sardina.

Pero lo más importante no son las reacciones, sino que aprendamos de este hecho histórico y sus causas para evitar que nos vuelva a suceder.

En primer lugar, debemos tener claro para siempre que el odio en política solo siembra más odio y genera terribles consecuencias sociales. Quien piense que puede mantener viva y controlada una llama de odio que alimente sus intereses políticos, debe recordar que una sola llama puede prender, en un descuido, las cortinas de la casa, y terminar quemando toda una ciudad.

En segundo lugar, no podemos dejar pasar una a quienes predican el odio, la intolerancia, el populismo y el extremismo. Tratarlos como si no pasase nada, meterlos en nuestras televisiones, en nuestros reality-show, en nuestros debates, y darles carta de naturaleza, solo hace acrecentar su base social y extender el problema que generan.

Por último, recordemos para siempre que la democracia y sus valores siempre ganan, pero que no es gratis. Que la democracia hay que cuidarla cada día. Que quitar legitimidad a quienes ganan las elecciones o alcanzan el poder legítimamente, no erosiona a quien lo ostenta, erosiona la democracia. Sin una democracia fuerte, el resultado del miércoles pasado habría sido muy distinto.