Podría seguir con todos los personajes, en un reflejo de lo que cada día se parece a nuestro mundo de relaciones y redes sociales, donde se bloquea al que piensa diferente, y se exalta solo al similar.

 

Por si no nos faltaban malas noticias en este inacabable 2020, esta semana va y se nos muere Quino, este genial dibujante que supo plasmar las contradicciones de nuestro mundo. Su capacidad gráfica y analítica del mundo, se refleja por medio de sus personajes, entre los que destacó Mafalda, acompañada de su familia y amigos.

Aunque los medios, columnistas y redes sociales han glosado más a la propia Mafalda que al fallecido Quino, afortunadamente Mafalda no murió, porque permanecerá inmortal en la memoria de millones de personas, e impresa en otros millones de ejemplares que serán leídos y disfrutados.

Vivimos tiempos en los que la tensión política aumenta en el mundo. Los postulados de la ultraderecha cada vez más metidos en los parlamentos, los populistas de diferentes signos políticos abundan, la antipolítica impera en algunos países, y el reduccionismo nacionalista campa a sus anchas torpedeando proyectos de unión y cooperación.

Tiempos en los que cada uno bien podría aferrarse a su personaje espejo de Mafalda, confrontarlo con el resto de personajes, y relacionarse exclusivamente con los similares. Todas las Mafaldas, utópicas y soñadoras, preocupadas por el bien social, relacionadas consigo mismas; mientras que las Susanitas, conservadoras y egoístas, encerradas en su urbanización privada; y los Manolitos, conservadores pero soñadores y emprendedores, tratando de vender productos a unas y a otras.

Podría seguir con todos los personajes, en un reflejo de lo que cada día se parece a nuestro mundo de relaciones y redes sociales, donde se bloquea al que piensa diferente, y se exalta solo al similar.

Pero el mundo de Mafalda no era así, las ideas diferentes servían para construir un mundo más rico, debatirlas, llegar a consensos y seguir funcionando, cada uno con su visión del mundo.

Así funciona también el Parlamento Europeo, donde además de debatir y confrontar, se llega a acuerdos muy amplios (excluyendo solo a la ultraderecha antidemocrática). Un proyecto que cumple ya 70 años de paz, prosperidad, bonanza económica, estado de bienestar y derechos y libertades civiles.

Y así deberíamos aprender a funcionar también en este país en el que cada día se grita más, y se escucha menos.