Ya enfilamos la tercera semana de 2022, que casi ayer nos parecía que nunca llegaría, y en el que tenemos tantas esperanzas depositadas. Especialmente la de que la pandemia se acabe, o por lo menos se nos convierta en algo cotidianamente manejable. Uno de los colectivos que más ha sufrido durante este periodo es la juventud. Porque, aunque uno pueda sentirse joven toda la vida, la oportunidad para ser joven según nuestra edad del DNI, solo se tiene una vez en la vida, tampoco dura mucho y se nos consume sin darnos cuenta.

Y si a este corto periodo, muy importante en la vida de cada persona, le cercenamos casi por completo dos años en los que no han podido relacionarse con normalidad, construir sus amistades, los primeros amores, orientar bien sus decisiones de estudio y trabajo, y un largo etcétera… nos encontramos con una juventud que se siente deprimida, que no ve claro su futuro, y que necesita certezas, objetivos y metas para cumplir sus sueños.

Por eso este año 2022 la Unión Europea ha decidido celebrar el Año Europeo de la Juventud, haciéndolo coincidir con los debates y resultados de la Conferencia sobre el Futuro de Europa.

Pero no nos engañemos. Un Año Europeo de la Juventud no puede despacharse con cuatro exposiciones, tres actos institucionales, dos publicaciones y un festival en verano, y a preparar el siguiente año conmemorativo de lo que toque. Tenemos que asegurarnos de que esta iniciativa pone en marcha políticas y mecanismos que tengan un impacto en los jóvenes más allá de 2022.

Desde el Parlamento le hemos exigido a la Comisión Europea que debe servir para mejorar la participación de los jóvenes, para promover e incentivar el trabajo juvenil y las prácticas remuneradas, para prestar atención a los más vulnerables y para servir de base a una estrategia de juventud integrada, eficaz y duradera en el tiempo.

Nos pasamos la vida diciendo que los jóvenes son el futuro: creámoslo, demostrémoslo y apostemos por ellos.

Marcos Ros | Eurodiputado del PSOE